De la Inercia al Propósito: del Derecho Penal a la PNL
Un crecimiento personal en forma de viaje: del derecho penal a la PNL
Nunca tuve claro si dedicarme al mundo del derecho era realmente lo que quería; más bien lo hice por inercia. Era lo que había vivido en casa, donde mi padre, catedrático y abogado penalista de gran prestigio, tenía una trayectoria impecable. Mis padres ambos, con carreras extraordinarias, eran reconocidos no solo por su talento, sino también por ser excelentes en sus respectivos campos: mi padre en Derecho Penal y mi madre en Medicina.
En casa, el nivel de exigencia era muy alto. A la excelencia de mis padres se sumaban las notas brillantes de mis hermanos. Con el listón tan elevado, me volví extremadamente exigente conmigo misma. Sin embargo, la dislexia y el déficit de atención se convirtieron en obstáculos enormes que se interponían entre mi deseo de aprender y los resultados que obtenía en los exámenes.
Al finalizar BUP, llegó ese momento tan esperado por cualquier joven: la elección de mi formación postobligatoria. En ese momento, me faltó el valor para decirles a mis padres que lo que realmente deseaba era estudiar periodismo, que soñaba con retransmitir eventos deportivos. Tras numerosas conversaciones, lograron convencerme de que, estudiando derecho, también podría especializarme como periodista en este ámbito. Así fue como me matriculé en derecho sin detenerme a pensar si eso me haría verdaderamente feliz.
Estudiar derecho cuando tu padre es un maestro del Derecho Penal
Cualquier persona de 18 años sueña con llegar a la universidad, disfrutar de sus primeros pasos como persona adulta, sentir que eres libre de tomar tus propias decisiones y dejar atrás la fiscalización escolar que vivía hasta entonces..
Me llevé un chasco enorme. Llegué a una universidad privada que era como un colegio, donde me controlaban absolutamente todo y eso hizo menguar hasta niveles extremos mis ganas de estudiar. Además, la mayoría de los profesores conocían a mi padre, para lo bueno y para lo malo, con lo que esto implicaba. De modo que no tuve la oportunidad de ser una estudiante anónima que va a la universidad.
El primer año de derecho fue durísimo. Cuando tuve la oportunidad de pasarme a la Universitat de Barcelona, donde mi padre era catedrático, no me convalidaron muchas de las asignaturas y esto no fue un volver a empezar desde cero, pero casi. Me generaba una angustia enorme ver que no era capaz de sacármelo, tenía la sensación de que aquello no era lo mío, que no acababa de encajar.
Todo cambió cuando empecé a trabajar en el despacho de mi padre mientras aún estudiaba. Allí, tuve la oportunidad de hacer el trabajo minucioso que requiere dedicación y paciencia. Me fascinaba la parte analítica del Derecho Penal, ese ejercicio de encontrar las brechas legales por las que podíamos abrirnos paso. Siempre he creído que el Derecho Penal es la rama más humana del derecho, algo que mi padre me repetía una y otra vez, y con lo que no puedo estar más de acuerdo. Esta disciplina se centra en la conducta de los individuos y surge de lo más profundo del ser humano. El Derecho Penal no solo trata de leyes y normas, sino que también se sumerge en valores y sentimientos, elementos que desnudan la naturaleza humana en su forma más esencial.
Los muchos aprendizajes adquiridos en el ámbito del Derecho Penal
Durante mi tiempo trabajando con mi padre, aprendí lecciones invaluables. Él solía recordarme que el Derecho Penal es un oficio artesanal, uno que exige toda nuestra atención y cuidado, ya que en nuestras manos no solo están casos, sino personas. Me enseñó a tratar cada detalle con meticulosidad, consciente de que nuestro trabajo puede cambiar el curso de vidas enteras.
Aprendí mucho de él, aunque en ese momento tal vez no lo comprendía del todo. Al principio, como estudiante insegura que trabajaba en el despacho de su padre, experimentaba ese aprendizaje con una mezcla de frustración y rabia. Me sentía incapaz de estar a su altura, de ser tan buena como él esperaba, y esa presión me pesaba. Vivía con la constante sensación de que siempre estaba por debajo de las expectativas, sin darme cuenta de que en realidad estaba absorbiendo sus enseñanzas a un nivel más profundo del que podía percibir en ese momento.
Con el tiempo, entendí que no debía compararme con él, sino encontrar mi propio lugar dentro del despacho y su equipo. Me di cuenta de que mi rol no era replicar sus habilidades, sino acompañar a las personas, prepararlas para enfrentarse al estrado con la mayor fortaleza posible. Aprendí que la percepción de la realidad cambia según las circunstancias, y que existen tantos mapas del mundo como personas lo habitan. Mi padre me enseñó el arte de preguntar sin inducir, de guiar sin sugestionar, y me hizo consciente del inmenso poder que tienen las palabras y el tono en que se pronuncian. Descubrí que no existen clientes buenos o malos, sino personas llenas de matices, con historias y circunstancias complejas. Aprendí a ver con la misma empatía tanto a quien había sido víctima de un delito como a quien era acusado de haberlo cometido.
Aprendí mucho de mi padre. Su respeto profundo hacia las personas me marcó de una manera que ningún libro de derecho penal ni manual académico podría haberlo hecho. Me transmitió lecciones de vida que no figuran en los códigos legales, enseñanzas sobre humanidad y dignidad que no se imparten en las aulas universitarias.
En el mundo del derecho me sentía limitada
El derecho se rige por leyes estrictas, donde hay poco margen para desplegar recursos o capacidades personales. A menudo me sentía limitada, atrapada en un marco rígido que no me permitía ser completamente yo. Sentía que algo me faltaba, que había un vacío que no lograba llenar en ese entorno profesional. No encajaba en ese mundo que tanto apasionaba a mi padre, un mundo que a él le daba plenitud, pero que a mí me dejaba con la sensación de estar fuera de lugar.
Él fue uno de los catedráticos más jóvenes que ha habido en este país. A los 23 años ya lo era y a los 80 todavía asistía a juicios. Mi padre amaba su trabajo. El Derecho Penal fue su vida y ejerció hasta sus últimos días.
La encrucijada de continuar con el despacho penalista o buscar un nuevo camino
Tras la muerte de mi padre, me vi en la encrucijada de decidir qué hacer con su despacho y, al mismo tiempo, con mi propio futuro profesional. No tenía claro qué camino seguir. ¿Continuar en el derecho, a pesar de no sentirme plena? ¿Mantener el legado de mi padre? ¿Cerrar el despacho? ¿O buscar un rumbo que realmente me motivara? En medio de estas dudas, me lancé a realizar numerosos cursos y formaciones, esperando encontrar algo que despertara esa chispa interna.
En una de esas formaciones, una profesora me recomendó hacer un curso de PNL con Anna Flores. No sabía qué era la PNL, pero decidí inscribirme por curiosidad. Desde la primera sesión, conecté profundamente con esa idea que mi padre siempre me había transmitido: "los grandes maestros son aquellos que te cautivan y deslumbran al mismo tiempo." Mientras él había encontrado esas figuras en la universidad, yo las descubrí en Anna Flores, quien más tarde se convertiría en maestra y mentora.
Poco a poco la PNL fue fascinándome y me di cuenta de que, todo lo que había aprendido en el despacho me servía mucho en este nuevo rumbo. Escuchar sin juzgar y entender que cada persona tiene una mochila de circunstancias que la condicionan. Por primera vez estaba haciendo algo que me gustaba de verdad. Todo empezaba a encajar y sentía que estaba en un proceso de autoconocimiento y crecimiento profundo, casi arrolador.
Tengo que reconocer que lo mío con la PNL no fue un flechazo a primera vista , vengo de un mundo basado en la evidencia y en el rigor de la prueba. Sin embargo, a medida que fui descubriendo los incontables resultados que respaldan la efectividad de la PNL, comprendí que ese era mi lugar. Comencé a disfrutar profundamente de lo que hacía, y me di cuenta de que este camino no sólo encajaba perfectamente con mi forma de ser, sino también con mi filosofía de vida.
Mi entorno más cercano vivió este cambio personal y profesional con gran alegría. "Por fin vas a priorizarte a ti misma", me decían. A partir de ese momento, todo comenzó a fluir de manera completamente natural. Personas a las que admiraba en mi entorno empezaron a confiar en mí para que las ayudara a través de la PNL. Que la gente confiara en mí para ayudar a sus seres queridos hizo que me diera cuenta de que este era mi lugar, de que podía ayudarles.
El derecho penal y la PNL tienen múltiples puntos de encuentro
Estoy convencida de que no sería la Coach experta en PNL que soy hoy sin el bagaje que me dio el Derecho Penal. Junto a mi padre, aprendí valiosas lecciones que ahora aplico cada día en mis sesiones. La capacidad de escuchar sin juzgar, el análisis detallado y el entendimiento profundo de las personas son habilidades que provienen de esa etapa.
Por este motivo, creo que desde mi posición actual puedo acompañar a muchos profesionales, antiguos compañeros, del mundo del derecho que lidian con sus fantasmas a diario. Sé lo exigente que es el mundo del derecho, qué es sentir que el trabajo te desborda por muchas horas que le dediques, qué es ese nudo en el estómago que se siente cuando subes al estrado, qué es sentir que la libertad y el futuro de alguien está en cierto modo en tus manos. Sentir todo eso y saber gestionarlo no es nada sencillo, en absoluto.
Sabiendo todo esto, me llena de ilusión iniciar una colaboración con Priori Advocats, un despacho liderado por antiguas compañeras abogadas que comparten una visión integral del acompañamiento jurídico. Desde mi experiencia, tendré el privilegio de ofrecer un apoyo individual a sus clientes, ayudándolos a transitar los desafíos emocionales que surgen durante los procesos legales. En estas situaciones, donde el equilibrio mental y emocional es especialmente delicado, mi objetivo será ser un pilar de apoyo para que puedan enfrentarse a cada etapa con mayor fortaleza interior y claridad lo que permite combinar mi proyecto personal con esta colaboración tan especial.
Esta experiencia me brinda la posibilidad de volver a conectar con el mundo del derecho desde un enfoque diferente, desde un lugar que realmente me llena y refleja la etapa en la que estoy ahora, tanto personal como profesionalmente.
Porque al final, al encontrar el equilibrio entre lo que hacemos y quienes somos, descubrimos que el camino no solo se recorre, sino que se vive con verdadero propósito.